Juventud, sueños y arte. Esta entrada del blog de CIBEF es una reflexión personal sobre Frances Ha, la cinta más representativa del movimiento Mumblecore.
Miguel Ángel Galán
¿Han trabajado en una ensambladora de autos?
Seymour es un pueblo frío de Estados Unidos en el que viví mi evento canónico. Tiene edificios viejos con fachada de ladrillo, avenidas muy largas con tiendas cuadradas, gasolineras amplias, muchos autos y pocas personas. Es un lugar con mucho espacio a los lados y hacia arriba, como un vacío, pero tiene un horizonte espectacular: una línea plana de árboles con tonos verdes, naranja y café que se juntan con las nubes pintadas de azul, lila y naranja.
Ahí pasé una temporada encerrado en dos fábricas de autos trabajando entre máquinas, ruido, polvo y piezas de metal.
Cada uno de esos trabajos era más pesado que el otro. El primero consistía en hacer los marcos de las ventanas de los autos, pasando rápida y coordinadamente una barra de metal por varios tornos que le iban dando forma de trapecio. En el otro, mi labor consistía en mover un carrito distribuyendo piezas en cada estación de la línea, recogiendo las bandejas rellenables para llenarlas y colocarlas de nuevo.
Pasaba la mitad del día recorriendo los mismos espacios una y otra vez. El turno del primer trabajo era de doce horas, de 5 de la mañana a 5 de la tarde, el turno del segundo era de once horas máximo, de 1 de la tarde a 11 de la noche. Por algunos meses no pude ver cómo salía el sol, en otros no pude verlo esconderse.
Y todo eso pasó al salir de la carrera de sociología.
Juventud, divino espacio liminal
Frances Halladay (Greta Gerwig) tiene 27 años, practica danza moderna con más entusiasmo que talento, usa vestidos bajo su chamarra de cuero, corre torpemente por las calles buscando un cajero automático, tiene problemas para gestionar su dinero y para pagar el departamento. Su sueño es ser exitosa en el ambiente neoyorquino de la danza.
No es muy complicado ver a Frances como una persona de menor edad, suele hablar de forma a veces imprudentes y confusas, y comportarse de manera pesada con otros más adultos. Aún así tiene ciertos momentos de lucidez emocional y romántica entrañables, como en este monólogo. En cierto modo, Frances corre con retraso hacia la vida adulta y moderna.
Frances Ha (Noah Baumbach, 2012) es la historia de esta joven e inexperta aprendiz de bailarina que ha construido un mundo idílico alrededor de la fauna artística de Nueva York, la relación con Sophie, su mejor amiga y roomie, y sus sueños compartidos de éxito y reconocimiento.
Frances ha puesto su vida en este orden de cosas pero pronto todo cambia de sitio. Mientras “Ha” rechaza vivir con su novio para seguir con su amiga, Sophie decide mudarse por su cuenta a Tribeca, el barrio en el que siempre ha deseado vivir. El manifiesto que ambas comparten comienza a deshacerse:
“- Vamos a dominar el mundo, -tú serás una magnate de las editoriales increíblemente perra, -y tú serás una famosa bailarina moderna y publicaré un libro muy caro sobre ti, -que los idiotas de los que nos reímos pondrán en su mesa de centro, -tendremos un departamento de vacaciones en París, -y tendremos amantes, -ningún hijo, -hablaremos en las graduaciones universitarias, -grados honoríficos, -¡Muchos grados honoríficos!”
Frances y Sophie
Frances Ha es una película sobre los límites de la juventud y el espacio liminal que va de esa etapa a la adultez y (en el mejor de los casos) a la madurez. A través de las vivencias de Frances (y como en todos los jóvenes) van apareciendo preguntas cada vez más difíciles de contestar:
¿hasta dónde llega la juventud?, ¿dónde comienza la madurez?, ¿qué lugar ocupan los sueños en ese punto?, ¿nos resignamos a lo que vivimos aunque no se trate de lo que alguna vez soñamos?
Golpes de realidad
Después de presentar una tesis absurdamente larga y de recibir buenos comentarios de mis profesores y compañeros, me sentía con lo necesario para conseguir lo que quería y vivirlo en el corto plazo. El trecho hacia la investigación académica y el cine se veía corto y emocionante, “te lo mereces, te lo ganaste, todo se puede”. Los sueños se elevaban como cumulonimbos.
Con esas expectativas no pude ver lo que se venía: las reglas del juego estaban claras para quienes iban adelante, y el tiempo pasaba y no supe encontrar respuestas sobre cómo conseguir aquello que “me merezco”. Así pasó lo que tenía que pasar: me chingué la rodilla emocional y se combinaron los efectos de mis decisiones inmaduras con una situación social cada vez más complicada en un juego cada vez más amañado.
En ese momento se volvió real la opción más lejana que tenía para hacer algo con mi vida: “¿y si te vas a Estados Unidos?, vas a ir a conocer otros lugares”. Al principio pensé que era absurdo, no tenía planeado trabajar armando piezas de autos o caminando en círculos empujando un carrito de metal, “¿y eso que tiene que ver con la sociología?”, pensaba.
El viaje salió una tarde de septiembre de la ciudad de Xalapa, pasó por Monterrey, Matamoros, Brownsville, Chicago y, finalmente, Indiana.
Jóvenes, en plural
Frances y Sophie afrontan el inevitable cambio de manera diametralmente distinta: Frances desea seguir la vida despreocupada que llevaba con su amiga, bebiendo con artistas desconocidos y compartiendo una vida cotidiana llena de chistes locales e ideales compartidos. Sophie, por su lado, es más pragmática, aprovechó su oportunidad de llegar a donde soñaba y negoció su ideal de ser una editora dominante para pasar la vida con su novio.
Otra de las esperanzas de Frances está en la compañía de danza en la que participa de manera auxiliar y de la que finalmente es relegada. “No contaremos contigo”, es una frase familiar para muchos e inevitable para todos.
Todos estos cambios la ponen en crisis. Sin el apoyo económico de su amiga debe refugiarse con quien puede para conseguir donde dormir, va en busca de sus papás para no pasar la navidad a solas y rechaza ofertas de trabajo que, considera, la alejan de su sueño de ser bailarina pero, contradictoriamente, acepta otras propuestas menos atractivas.
La máquina de la vida adulta y moderna finalmente atrapó a Frances Halladay, que no pudo librarse de ella por más que corrió.
Cruzando las fronteras de la juventud
La vida no es lineal, los años corren hacia adelante pero vivimos yendo en muchas direcciones.
En el fondo no había una línea recta trazada entre el lugar donde estaba parado cuando era joven con aquello que soñaba para el futuro. Que “la vida da vueltas” es algo que no terminé de entender hasta que giré tantas veces que la cabeza me daba vueltas y el cuerpo y el espíritu me dolían.
Hay sueños que no se cumplen al pie de la letra, las cosas que deseamos siendo jóvenes no nos definen ni son las únicas cosas que podemos desear, y en el camino nos topamos con cosas inesperadas que nos ofrecen un momento de calma. Aunque la máquina nos vuelva una sombra horrorosa, siempre hay una vuelta más.
Finalmente Frances cruza la frontera de la juventud en soledad y encuentra calma haciendo cosas que en un principio rechazaba. Este cambio le trae independencia económica, le ayuda a poner pausa a sus idas y venidas y le permite explorar una faceta artística que desconocía y para la que tiene un talento natural.
El tiempo metido en ese monstruo organizado me alejaron de la familia, mi pareja, los amigos, la vida cotidiana y las cosas que soñaba, pero me dieron la perspectiva que necesitaba para apreciarlo y valorarlo. Fue también un viaje en el que conocí una hermosa familia de latinos dedicados a lavar alfombras y tocar con su grupo de música regional, pude pedir un café en otro idioma y probé la mejor pizza de mi vida.
Traspasar los límites de la juventud fue mi evento canónico.
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