El desarrollo exponencial de la tecnología ha permitido que cada persona que ostenta un teléfono inteligente sea capaz de tener acceso a imágenes en alta definición, que apenas a principios de siglo era una tecnología reservada para la industria profesional y requería dispositivos tan costosos como sobredimensionados para el uso cotidiano. Crear productos audiovisuales comenzó a normalizarse gracias a plataformas digitales como las redes sociales. A pasos apresurados, nuestra vida comenzó a ser invadida por un afluente de imágenes jamás visto. Con cada generación de teléfonos nuestra vida se digitalizaba y las dinámicas sociales evolucionaron para aprovechar este recurso.
Mientras tanto, el cine mantenía una tímida distancia, hasta que de apoco comenzaron a surgir por el mundo las posibilidades de ocupar estas nuevas cámaras, accesibles para contar historias dejando a un lado los estándares establecidos por la industria cinematográfica y demostrando que la esencia del cine no se encontraba en las grandes salas ni en los estudios aparatosos.
En octubre de 2017, una película con unas condiciones de producción bastante peculiares es estrenada; Oso Polar, la primera película en México grabada con un iPhone rompió unas barreras establecidas no sólo entre lo que se habla y lo que se deja en el pasado para que sane, sino que aprovechó el bajo presupuesto para desarrollar un lenguaje intimista que más tarde le valdría el reconocimiento de la industria.
Dirigida por Marcelo Tobar de Albornoz y producida por Elsa Reyes (Zensky Cine), Oso Polar es una de esas cintas que explora sin miedo en lo profundo de la cotidianidad mexicana, las relaciones invisibles y las raíces violentas del clasismo, el sexismo y la homofobia; el bullying.
Una adolescencia lejana pero presente conduce a Heriberto (Humberto Busto) a reecontrarse con dos ex compañeros de primaria, Flor (Verónica Toussaint) y Trujillo (Cristian Magaloni) cuyas vidas, notoriamente caóticas, contrastan con la vida simple y tímida de Heriberto durante su reciente época en el seminario, quien además desarrolló la manía de documentar su vida cotidiana a través de su teléfono celular.
Heribierto, quien es un personaje inocente y aprehensivo con la memoria intacta, choca repetidamente con la actitudes despreocupadas de Trujillo y Flor, dos personajes pertenecientes a una extinta clase media configurados por un contexto que tiene normalizada una actitud de desprecio categórico a individuos cuya clase solía estar definida por su color de piel y aspecto físico.
Esto apenas sin respuesta de Heriberto que de a poco descubre que el resentimiento quedó sedimentado en el tiempo mientras las situaciones que se cruzan suben de tono hasta el hartazgo y la embriaguez.
La película cierra con dos eventos inesperados que detonan la tensión acumulado y luego la liberan en un lugar hermoso y adornado con pequeñas luces en donde Heriberto reconoce la redención, el perdón y la angustia de su error.
Para cuando los créditos aparecen, resulta difícil no haberse sumergido en la atmósfera de la película. Tanto que olvidamos por completo que las herramientas que hicieron posible contar una historia tan personalmente densa, se encuentran en nuestros bolsillos o en la palma de la mano y nos alientan a pensar en las posibilidades de un formato oculto a simple vista. El cine, ahora y más que nunca, está en todos lados.
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