Juan Eduardo Mateos Flores
No sé si me equivoque con lo que voy a escribir, pero me da la sensación de que, hoy en día, una gran cantidad de niños y adolescentes desean ser influencers. Quizás como símbolo de nuestros tiempos donde se busca mostrar todo el tiempo lo feliz o divertido o exitoso que se es, varios jóvenes entendidos con este suceso no sólo le entran a dicha dinámica, han encontrado también formas diversas para capitalizarla. Desde los que te enseñan historia en el Tik Tok, pasando por los que hacen retos o preguntas de cultura general hasta los que hacen transmisión en vivo por puro ocio. Lejos quedaron los youtubers que hablaban de cualquier cosa mezclándolo con algún ruido en particular que hiciera de eso un sello o una marca personal.
En el caso veracruzano en particular, todos conocemos la historia de quien comenzó dando tutoriales de maquillaje para terminar capitalizando mediante transmisiones en vivo los pormenores de su propia vida, hecho que la llevó no sólo a ser la reina del carnaval que más dinero ha recaudado en forma de votos en la historia de esta fiesta de tomadera y desenfreno, sino que la puso en lugares que seguro ni ella misma imaginó podría llegar debido a las condiciones de clase en las que se crío.
Hace apenas unos días ella subió unas fotos con una camioneta cara. Palabras más o palabras menos, puso algo así “me la gané de puro hablar mal de mi ex”. Dentro de su propio mundo de fervientes seguidoras y algunos cuantxs seguidores y haters, las opiniones sobre dicho acontecimiento no se hicieron esperar, como en su momento ha pasado en otras ocasiones: tan sólo el mismo show de dimes y diretes en tiempo real, sobre la separación con su expareja, terminó por dar nota en medios locales.
Si me pongo a hablar de influencers y de toda esa parafernalia que los rodea, es precisamente porque la película ganadora en Cannes de la Palma de Oro del año pasado, Triangle of Sadness (2022), parte, en un inicio, de la presentación de dos personajes de ese mundo. Gracias a dicha película el sueco Ruben Östlund, gana su segundo reconocimiento de este estilo. La primera fue con The Square(2017) una sátira sobre el serio y aparentemente profundo mundo del arte contemporáneo. Ambas películas, además de tener en común la misma distinción, también comparten el poner en situaciones incómodas a personajes que aparentemente llevan vidas perfectas.
Triangle of Sadness(2022) está dividida en tres actos. El primero lleva nombre de los influencers Yaya (Charibi Dean, Q.E.P.D) y Carl(Harris Dickinson), ambos dedicados al modelaje. Todo comienza con una pequeña burla a este mundo en el que está por demás decir que se sostiene por lo superficial de los cánones estéticos y su deber ser como el que, para las marcas baratas, como H&M, el semblante de los modelos debe ser divertido, relajado, mientras que para las exclusivas el semblante debe ser misterioso, distante, serio, “como del übermensch ario obsesionado consigo mismo para que el mundo estilizado entre en sintonía con él”. Ahí también vemos dicho mundo que, como cualquier otro, se alimenta de una cuestión de jerarquías. No importa si eres el novio de la modelo y has llegado temprano porque los asientos están reservados para los más importantes. Lo que se viene a continuación es una exploración de los roles de género en uno de los pocos mundos donde una mujer suele ganar más. Todo se desata por una discusión en la que Carl le pregunta a Yaya el porqué cada vez que cenan o comen juntos, sólo agradece y jamás hace por levantar el ticket para pagar la cuenta alguna vez. La discusión, que puede por momentos rayar en lo patético, no está tan alejada de las discusiones actuales sobre la brecha salarial. Carl reclama el porqué si ella gana más que él, no hace por al menos tener la cortesía de pagar la comida alguna vez. Vemos a una Yaya descolocada, que intenta pagar con su tarjeta sin fondos. El berrinche del restaurant se acrecienta en el taxi de regreso a casa: hablar de dinero no es sexy, le espeta. Al final, todo se arregla con más sinceridad frente a frente en la cama de hotel donde dormirán juntos. Yaya explica que la única manera de abandonar su trabajo es convirtiéndose en una trophy wife. “Necesito alguien que sea capaz de cuidar de mi si me embarazo y dejo de trabajar”. Yaya se sincera y da a entender que le gusta usar, desde la manipulación, esos roles de género establecidos a su favor. Carl, por su parte, ancha el pecho para ejercer su masculinidad tradicional, diciendo que él la hará olvidar todo eso, porque el amor vencerá. Hasta hace una promesa que con el tiempo se resquebrajará.
En el segundo acto, titulado El Yate, ubica a los protagonistas, valga la redundancia, en un yate lujoso. Se sugiere que tanto Yaya como Carl tuvieron acceso por ser los influencers que son. Ahí en un principio se les ve disfrutando, sostenidos por los rituales que los hace ser quien son: selfies bronceándose, compartir mesa con empresarios de alta ralea, fotos para la cábula como cuando ella se toma mil fotos con la pasta que nunca se comerá porque es intolerante al gluten, etcétera. En dicho capítulo se irán revelando los demás personajes que harán de este episodio el más absurdo y lleno de patetismo, pero a la vez el más cargado de crítica social.
- La clase obrera del barco haciendo una especie de ritual coaching en la que acuerdan que lo que más les interesa es llevarse una buena propina. ¡Dinero, Dinero! Gritan al unísono.
- Dimitri (Zlatko Buric), un empresario ruso de fertilizantes, que se autonombra el Rey de la Mierda, que les explica a los jóvenes influencers sobre cómo construyó su fortuna al aprovechar una crisis.
- Carl celoso acusando a un trabajador del barco que se quita la camisa. A éste lo despiden. Carl presencia la escena, y más o menos se inmuta. Pero al final él quería una reprimenda para alguien que por un momento pareció atractivo para su novia.
- No pasa lo mismo cuando un millonario que recién vendió una empresa termina agradando a Yaya y a la novia del millonario ruso, de quien al principio ambos se burlaron de estar solo. La soledad del mismo hombre que por un gesto de amabilidad de las muchachas ya quería regalarles unos Rólex.
- Cuando una de las millonarias rusas pone en aprietos a una muchacha, a la cual chantajea para que termine metiéndose en la alberca.
- La orquesta de vómitos que sucede durante la Cena con el Capitán, en una noche turbulenta en el barco, que termina, gracias a la indigestión de muchos.
- La plática entre el capitán del barco, un comunista gringo, y el empresario ruso, capitalista mientras todos los tripulantes están derrotados. La representación irónica de un mundo ideológico que por un momento de la historia partió al mundo en dos y que hoy en día solo vive en la memoria de algunos nostálgicos: hoy sólo son como esos dos viejos hombres sentados compartiendo frases de sus héroes capitalistas y marxistas, ya sea mediante el recuerdo o una búsqueda de teléfono.
- Una mujer que sólo sabe decir In der Wolken, que representa, supongo, las enfermedades mentales o de cualquier otra índole, y que sólo sobrevive gracias al privilegio económico.
Al final del acto, si de por si se vuelve truculento, todo se vuelca al desastre. Unos mercenarios del mar asaltan el barco y sólo unos cuántos sobreviven al asedio.
Esto nos lleva al tercer acto. Es titulado como La isla y las clases sociales que por el dinero estaban cimentadas en el barco, se caen y difuminan. Donde el pequeño grupo de los sobrevivientes, sometidos a la hambruna, la intemperie y a las pocas habilidades que tienen para enfrentarla, pierden las indumentarias sociales que traían encima. Abigail (Dolly de Leon), limpiadora de baños del barco y quien apenas tiene un par de intervenciones en el capítulo anterior, se vuelve la líder por el simple hecho de tener mayores habilidades para lidiar con la adversidad mientras el ruso empresario rey de la mierda pierde todos sus privilegios al no saber hacer nada. Incluso como patada de ahogado le pide a Abigail que, si le comparte más de su comida, él verá por ella cuando todo regrese a la normalidad. Aquí siento varios guiños a la novela de William Golding, El Señor de las Moscas, adaptada como película por Harry Hook en 1990.
Lo que me gusta de todo esto que sucede en la isla, es que esa idea simplona en la que un principio parecería se sostiene la película, la de pobrecitos los pobres y malditos los ricos, termina por reconfigurarse cuando vemos que, como en todo nuevo orden político que nace, al final de cuentas quien manda termina por usar el poder que se le ha conferido para aumentar la ventaja que tiene sobre los demás y con ello su brecha de desigualdad. Así pasa cuando Abigail reparte el pulpo que ella ha cazado, limpiado y cocinado para comer; los influencers, por su parte, quedan reducidos pues a los personajes secundarios que son cuando el verdadero poder se revela.
Triangle of Sadness (2022), además de meter a Östlund a la lista de ocho directores que como Kusturica, Haneke y Coppola han ganado el codiciado premio de Cannes dos veces, es una afrenta satírica contra todo eso que hoy en día consume a muchos jóvenes y no tan jóvenes en el planeta a tal grado que los angustia con tal de pertenecer: la parafernalia del modelaje, la comida exclusiva de los restaurantes aesthetic, el acceso a los resorts tanto como a los cruceros de lujo, etcétera: todo eso que sostiene hoy en día al mundo efímero y maleable de los influencers, normalmente alimentado por la especulación de las vistas, los comentarios y los likes.
Juan Eduardo Mateos Flores (Veracruz, 1991) es narrador. Reguero de Cadáveres (Los libros del perro, 2021) es su primer libro. Fue becario PECDA 2022 con el proyecto Aquí perreaba tu mamá, aquí conoció a tu papá: crónicas de reggaetón jarocho. Actualmente vive de recomendar libros en Mar Adentro y hacer reseñas para el CIBEF.
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