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Midsommar: Recuerdo de un terror antropológico

Por: Juan Eduardo Mateos Flores

Hace mucho tiempo yo creía en todo trabajo antropológico. Pensaba, por alguna extraña razón, que todo trabajo académico de esos era un intercambio justo y adecuado. Pero ahora pienso casi todo lo contrario, porque he visto a los antropólogos jugar un papel muchas veces ventajoso: no siempre es así, pero casi. Gente güera o familiar de gente con privilegios, que se asume ultra preparada por las lecturas teóricas que tiene: quienes muchas veces aplican una especie de extractivismo que para nada termina beneficiando a las comunidades que estudian, aunque en sus discursos digan lo contrario.


Por eso, con un poco de malicia de mi parte, acepté volver a ver Midsommar (2019) de Ari Aster sólo para recordar, quizás, cómo sentí en su momento cierta alegría al ver cómo terminan ciertos personajes de la película, dedicados precisamente a observar ritos y costumbres con la finalidad de vaciarlo en una libreta. Y aunque supongo que esa nunca fue la finalidad de Aster, lo cierto es que al final de cuentas en esta historia, podemos ver el desenlace fatal de unos entrometidos, pero también, sobre cómo se acumulan esas cosas que no decimos a tiempo según para no hacer daño pero que irremediablemente, gracias al peso del tiempo, termina siendo mucho peor al no hacerlo.


Como en Hereditary(2018), la pasada película de Aster, Midsommar(2019) también comienza con un duelo. La hermana de Dani (Florence Pugh), quien manda mensajes oscuros por computadora, termina ejecutando una especie de ritual extraño en la que termina no sólo suicidándose, sino también matando a sus papás. Podemos ver en todo esto sutilmente que algo pasa en esa familia —uno de los temas recurrentes en Aster, la disfunción familiar— y la razón por la que nuestra protagonista es un manojo de nervios, con una tendencia al enojo, el dolor y la frustración.


Devastada como sería quedar en estos casos de la pérdida, buscará refugio en su novio Christian (Jack Reynor), quien al final de cuentas no será de mucha ayuda. Desde el inicio vemos por las charlas con sus amigos, que hace tiempo no se siente bien en esa relación, pero es cobarde y no tiene el valor de decirlo. La muerte de la familia de ella le impedirá
terminar esa relación y será la gota que derrama el vaso para seguir callándolo. Quizás para no verse egoísta, o quizás sólo por la lástima que ya siente desde tiempo atrás y que le impide actuar. Y eso será la antesala a su fatal destino como novio, sentenciado principalmente por Dani y la nueva familia que ella encontrará gracias a su situación de
vulnerabilidad.

Atmósfera luminosa


Siento que lo más destacable de la película es la atmósfera. Aunque al principio parecería que Aster volverá a recrearlas oscuras como en Hereditary, esa atmósfera clásica en laspelículas de terror basada en los ya concurridos juegos de la noche con los chirridos de puerta, o los efectos de la música subiendo intempestivamente para hacer saltar del susto, pero no; ésta terminará virando hacia otro sitio.


Ya he dicho antes que estamos acostumbrados que los sentimientos oscuros, o todo eso que no tiene que ver con ese mandato social que es la alegría o la felicidad, siempre tiene que ser representado por la noche o los colores oscuros. Y así como en Aftersun (2022) la depresión se representa por la luz del sol bañando unas vacaciones familiares, Midsommar innova en el sentido de la atmósfera, completamente iluminada como si de una luz de LED se tratase. Rompe gracias a esa luminosidad lo que se suele ver en las películas de suspenso y terror.


Pero para que esa atmósfera cambie, primero Christian tiene que invitar, en honor a su cumpleaños a realizarse, a su perturbada novia Dani al viaje que él y sus amigos fueron invitados por Pelle(Vilheim Blomgren), un amigo sueco parte de una comunidad aislada. En este viaje Christian y su amigo desean realizar anotaciones para sus trabajos recepcionales, que según se entiende, tiene que ver con ritos de comunidades. Todos los amigos no se verán muy entusiasmados con la invitación a Dani, reflejando los celos masculinos y heterosexuales que suelen tener los amigos en ese tipo de viajes. Ellos tienen ganas de que Christian deje esa relación tormentosa para él y deposite sus energías
sexuales en otra chica; no así pasa con Pelle, quien desde el principio se verá interesado en que Dani vaya: lo veremos bruscamente intentar empatizar con su dolor, diciendo que él también perdió a sus padres cuando era más pequeño.


Con esa silenciosa tensión entre los amigos y Christian, entre Christian y Dani, que el grupo emprenderá el viaje a Hälsigland, Estocolmo, que, bastará redundar, está aislada de todo eso que están acostumbrados todos ellos en Nueva York. Ahí también conocerán a una pareja de Londres, invitados por otro miembro de la comunidad, que momentos
después sabremos se autodenominan los harga. (Algo a destacar también en el desarrollo de personajes es como desde la llegada a estas tierras, veremos que Dani pasará del malestar a la adaptación, cosa que no tendrán ninguno de los otros personajes recién externos a la comunidad). Toda esa calma atmosférica, bañada por esa luz cegadora, en una tierra que no oscurece, será la escenografía del descenso de estos chicos al infierno que han llegado para ser testigos; esta ceremonia de solsticio, que cabe decir, se celebra cada 90 años y veremos a cada rito ser más macabro que el anterior.


Todo el terror en Midsommar a partir de ahí, se irá infiltrando de a poco, como suele suceder con lo verdaderamente terrible de nuestras vidas. La misma película, acusada por la crítica y muchos espectadores que conozco como lenta, dosificará en esa misma lentitud, de a poco, la información que terminará por poner los pelos de punta.

Que en la comunidad se dividen en cuatro etapas: la niñez de 0-18 años. La juventud de 18 a 36 años. La adulta de 36 años a 54 años y la última etapa que concluye a los 72 años y es con el suicidio voluntario para evitar, en el futuro, verse enfrentado a esos achaques naturales en el cuerpo dados por el paso del tiempo. Que los discapacitados tienen una importante representación en la jerarquía. Que se permite el incesto y que desde pequeño te arrebatan de tus padres para evitar apegos.


Después de haberla visto y ver cómo la ha tratado el breve paso del tiempo, puedo asegurar que el tema de la comunidad tanto como las situaciones dadas ahí, no fueron aprovechados del todo bien por Aster. De hecho, me parece que los errores tienen que ver con una cuestión de continuidad en el desarrollo de estos. Algo pasa que de pronto todo se vuelve confuso; que, de tener tantas aristas a resolver, eso termina haciéndole una mala pasada al director. Porque si es raro que de repente varios de los chicos externos desaparezcan y no quede bien claro qué pasa con ellos después. Incluso siento que el problema se acentúa cuando unos chicos neoyorquinos criados en un ambiente distinto y que les da miedo la mala relación de su amigo, por ejemplo, no sientan peligro cuando el hombre y la mujer, ambos de avanzada edad, se suicidan voluntariamente arrojándose al precipicio para cumplir con el ciclo de la comunidad que los crío.

Sin embargo, aún sin esa falta de contundencia, quiero decir, que la película funciona gracias a la atmósfera luminosa. Se logra por muchos momentos, que el sello de Aster sobresalga que no es otro que el de la misma incomodidad, algunas veces el exceso, y lo que parece una advertencia fílmica para quienes gustan entrometerse de más.

Juan Eduardo Mateos Flores (Veracruz, 1991) es narrador. Reguero de Cadáveres (Los
libros del perro, 2021) es su primer libro. Actualmente trabaja en el proyecto Aquí
perreaba tu mamá, aquí conoció a tu papá: crónicas sobre reggaetón jarocho (PECDA
2022).

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