Juan Eduardo Mateos Flores
Por lo general, el mundo del arte está lleno de dramas que imitan el mundo, aparentemente horrible, al que casi todo el tiempo estamos expuestos. Por eso pienso que lograr hacer reír tanto como crear miedo son de las cosas más difíciles, actualmente, en dicho mundo.
En el caso segundo, siento que es difícil, por las noticias atroces que vemos en los medios de comunicación todo el tiempo. Es todo un reto para los realizadores visuales crear atmósferas que atemoricen tal como lo que sucede en videos o escritos de la red, pues siempre vemos que una tragedia supera a la anterior. Tragedias que de alguna manera u otra, por la misma acumulación, hacen sentirnos vertiginosamente indefensos.
Tan sólo hace unos días se volvió medio viral en la red un video de Tik Tok donde un joven norteño, padre de familia, busca librarse de dos camionetas de malandros que lo vienen persiguiendo sobre una especie de carretera semi poblada mientras suena Tokio Drift de fondo. Aunque se le nota al conductor todo tenso, la esposa, quien graba, le pide calma: el conductor con una maestría atiende el llamado y logra safarse varias veces. Para la buena fortuna la pareja termina escapando. Desde la cuenta de Tik Tok, éste explica no sólo cómo lo hicieron, sino que además relata cómo recibieron desde antes acoso por autoridades aduanales en la frontera con Tamaulipas.
Siento que el cine de Ari Aster es fenomenal, precisamente porque ha creado, entre largometrajes y cortometrajes, sólidas realizaciones que pueden llegar a hacerte sentir una mezcla intensa entre incomodidad y miedo. Pocos cineastas como él han podido crear atmósferas de terror, en pleno siglo XXI, que ponen al público los pelos de punta: justo como sucede con el tik tok que acabo de contar. De alguna forma u otra, ha podido renovar esos lenguajes terroríficos, y estoy seguro que, a más de uno, ha mantenido en suspenso sobre la butaca y ha hecho que sus corazones se sobresalten ante giros imprevistos.
Ari Aster ha comprendido, al parecer, lo más elemental. Que quizás el pavor más grande no está en monstruos o en situaciones grotescas sino más bien en eso que nos es más cercano y nos da miedo perder. Que aún con toda esa teorízación de los afectos, con todos esos discursos de que la familia y el amor romántico han muerto, y de que debemos buscar otras formas de querer y relacionarnos, aún seguimos temiendo ser engañados o traicionados por nuestros seres cercanos; o perderlos. Y además también Aster ha sabido incomodarnos con esos mismos elementos: en sus cortometrajes logra tensarte, tanto con discurso como sucede en C’est la vie (2016) así como en la relación misma de los personajes como pasa en el fabuloso The strange thing about the Johnsons (2011) los cuales se pueden ver gratis en Youtube.
Sin embargo, Beau tiene miedo (2023), su nueva película, es quizás la síntesis más arriesgada de su propuesta: una mezcla de situaciones absurdas, terroríficas, paranoicas centradas en las relaciones del personaje (Joaquín Phoenix) consigo mismo, su relación más significativa (su madre, Mona interpretada por Patti Lupone) y toda una atmósfera que pareciera no tener ningún sentido hasta que das cuenta que algo no anda bien en la percepción de quien nos lleva de la mano por una ciudad caótica, una casa de señores bien portados que crían una hija malévola y un hombre que parece una máquina de matar y un bosque repleto de gente extraña y medio espeluznante.
Aquí las palmas a Phoenix, a quien recordamos por su perturbadora actuación en Joker (2019) y logra transmitirnos en esa misma intensidad la ansiedad de Beau Wasserman, que pasean juntos de aquí para allá.
Todo comienza en un departamento. Beau Wasserman es un hombre medio extraño, un manojo de nervios —no es para menos después de enterarnos las pastilas que se toma—. Tiene una salida pronto, un vuelo para alcanzar a su madre. Pero allá fuera de su departamento, en la ciudad, todo es un caos, y algo sucede y se descompone cuando el personaje se moviliza de lo que parece su lugar seguro hacia la tienda de enfrente. La sospecha de quien le cobra, él teniendo problemas con el saldo en sus tarjetas, en fin, una serie de situaciones que se entrelazan y dibujan a un Beau incapaz de lidiar con lo que lo rodea pues la ansiedad con la que carga parece llevarlo al límite todo el tiempo. Esta ansiedad se ve disparada en el momento que llama y al otro lado de la línea responde un hombre sacado de sí mismo, sólo para medio informar que la mamá de Beau podría estar muerta.
La película nos lleva de la mano, como mencioné arriba, de un personaje nervioso y paranoico, a una casa silenciosa de una pareja donde parece haber una aparente calma, un bosque de actores que parece interpretar la vida del propio Beau Wasserman —que siento es un guiño a cuando uno anda en estados alterados que te inducen a creer que cualquier cosa se trata de ti— hasta la casa de su madre, donde se supone ha sucedido el funeral al que él no ha podido asistir debido al vuelo que pierde y la forma en cómo todo esto se desata por unas llaves que se extravían.
Lo cierto es que algo pasa en la cabeza de Beau todo el tiempo, de eso no hay duda. Y siento que sucede como sucede en los sueños: porciones de realidad aderazadas por situaciones extravagantes de quien las sueña; en este caso pues de quien se encuentra nervioso, alterado. Y si a eso le aunamos que quien transforma lo que se le presenta padece una ansiedad que le carcome la cabeza: he ahí el origen de esa mezcla por lo pronto incómoda de un hombre que fue educado por una madre sobreprotectora. Beau Wasserman entonces es el resultado de eso que llamamos La Mamitis.
Sin embargo, considero que Ari Aster tomó muchos riesgos para realizar este metraje. Beau tiene miedo es de esas películas que lo dejan todo a un sinfín de interpretaciones. En mi caso, al final, esos elementos medios absurdos y contrapuestos me hicieron pensar de pronto que en realidad todo se trata de un enfermo mental que termina por cometer algún crímen y que la parte final de él sucumbiendo ante la lancha no es más que el resultado final de un criminal que termina liquidado por la silla eléctrica. El personaje de Beau, los saltos en el tiempo, la torpeza al relacionarse y de encontrarse siempre indefenso me hizo recordar a Benji, uno de los personajes de The Sound of the Fury de Wiliam Faulkner. No pude parar de pensar en esa obra maestra que es el primer capítulo: un mundo confuso y de matices, un relato que en vez de estar contado por un idiota, está contado por un ansioso que termina ahogado por la propia ansiedad que lo persigue.
Juan Eduardo Mateos Flores (Veracruz, 1991) es narrador. Reguero de Cadáveres (Los libros del perro, 2021) es su primer libro. Fue becario PECDA 2022 con el proyecto Aquí perreaba tu mamá, aquí conoció a tu papá: crónicas de reggaetón jarocho. Actualmente vive de recomendar libros en Mar Adentro y hacer reseñas para el CIBEF.
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