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Apichatpong Weerasethakul y el sonido de la memoria

Por Juan Eduardo Mateos Flores

El primer sonido que tengo guardado en mi memoria es el chiflido que mi papá hacía para hacerme sonreír. Muchos de mis familiares, especialmente mi madre, decía que el escuchar dicho chiflido, me ocasionaba una alegría inmensa y singular. Y sí. Según lo recuerdo, era un chiflido suave en el que mi padre transformaba su cariño: y cuando extraño a mi padre, hoy que ya no está, por momentos me sorprendo escuchando dicho sonido a lo lejos cuando me sumerjo en la nostalgia del recuerdo. ¿Por qué estará tan anclado en mi memoria? No lo sé, pero mi madre me ha dicho que él comenzó a regalarme ese chiflido cuando yo apenas era un feto: él se acercaba a acariciar en la panza de mi madre cuando mi yo en formación —no me vayan a tachar de provida— vivía ahí. 

Otra experiencia con el sonido y la memoria, éste en cambio nada agradable, sucedió en una entrevista con Claudia Támariz, una mujer acusada por la Armada de México, de ser junto a su marido, los líderes de una célula delictiva. Ella me confesaba que la música, después de haber sido torturada por unos anónimos marinos en las instalaciones de Las Bajadas, le comenzó a resultar completamente insoportable a tal grado de no permitir nunca más que en casa se volviera a escuchar una canción.

Traigo estas experiencias personales a colación porque siento de eso va Memoria (2021) la nueva película del tailandés Apichatpong Weerasethakul y la cual ganó el premio del jurado en Cannes, el año pasado.

Dicha película comienza así: Una ataviada mujer de nombre Jessica (Tilda Swinton) despierta en la oscuridad por un estruendoso y metálico sonido —como de algo redondo y metálico que cae contará ella después— que poco a poco se apoderará de ella para volverse, por momentos, una especie de intriga y obsesión. Así veremos a una Jessica y su aspecto extranjero un poco como en duelo, vagando por muchos rincones, yendo de aquí para allá en Colombia, entregada a su memoria y por momentos al génesis de ese sonido que tanto la perturba, y que según entiendo, nos intenta retratar una especie de trauma. 

Así veremos en toda la película a Jessica, deambulando, casi siempre sumergida en la obsesión de sus pensamientos, salvo en los momentos que se le verá teniendo encuentros cercanos con familiares y amigos o disfrutando de un concierto improvisado o interactuando con gente que luego desaparecerá. 

En fin: Memoria (2021) además será el ir de aquí para allá de Jessica en una serie de escenas larguísimas unidas como estampas, como mini cortometrajes que atrapan momentos bellos como del transcurrir de la vida misma y que someterán a los cinéfilos más pacientes a un estado vivo de pura contemplación. 

Elogio de la memoria

El otro día en una conversación sobre el libro Exhalación(Sexto Piso, 2020) de Ted Chiang, un compañero de la librería, fanático de dicho libro, me dijo que al final de los cuentos, venían algunos disclaimers y referencias de las cuales Chiang apuntaba para decirle a los lectores en qué se basó para escribir cada uno de sus cuentos. “Me encantó uno porque me hizo ver que la memoria en los humanos no es como en las computadoras, que hay una especie de caja donde se almacena, sino más bien que es como una especie de sucesión de imágenes unidas por el viento”. Y es justo así lo que me parece la película: una oda a la memoria, un elogio a todas las formas de memoria posibles, unidas por la sutileza de un recuerdo: el sonido perturbador.

Tan sólo en los primeros cuarenta minutos de la película encontré las siguientes:

  1. Cuando las hermanas se ponen a ver el celular algunas imágenes y desata la anécdota onírica del perro atropellado.
  2. Cuando el amigo de Jessica recita un poema sobre los hongos y bacterias.
  3. Cuando el hombre se tira al suelo al tronido del escape de la buseta colombiana. Quizás por el contexto, algo a ese personaje abandonado al trauma del paramiitarismo o algún evento lamentable de la situación social de Colombia. (En Veracruz, en algún momento pasó, que cuando tiraban cohetes en las iglesias, ya pensábamos que era balacera). 
  4. Cuando el maestro está dando una clase apoyándose en imágenes del proyector.
  5. Cuando Jessica y el alumno de su amigo, se ponen a averiguar la densidad del sonido en la caja musical
  1. Cuando Jessica está en la biblioteca viendo fotos de hongos y plantas. Aquí me puse a pensar en varios textos que hablan de cómo muchas plantas también tienen memoria y almacenan recuerdos y que ello influye también en la aclimatación para su posible desarrollo.
  1. Cuando Jessica contempla las pinturas en el museo. 
  1. Cuando Jessica está regularmente sumergida en sus recuerdos, sentada y de repente el trauma: el sonido que la arroja a la misma contemplación que vemos se sumerge al principio de la película y al que le intentará encontrar sentido como olvidando que todo ruido es enemigo del recuerdo.

Fronteras de la contemplación humana

De Apichatpong también vi dos de sus cortrometrajes que están en la plataforma MUBI:  Blue (2018) y Ashes (2012).

Siento que ambos son una prueba personal para lo que el cineasta tailandés extendió y exploró después en Memoria (2021): La fascinación por lo onírico, la deambulación sin sentido, la experimentación con la imagen entre otras cosas.

Estoy seguro de que, más que uno identificó a Hernán (Elkin Díaz), el personaje que Jessica se encuentra al final de su largo recorrido por la ciudad, con Funes el Memorioso de Borges. Hernán, el hombre que no le gusta la televisión, pero todo recuerda y que lo olvida rápido como un Funes, el hombre que no vive porque todo el tiempo está recordando. Sin embargo, también me recordó al génesis de ese cuento borgiano: Cirugía Psiquíca de la Extirpación de su maestro, Macedonio Fernández. En él, Cósimo Schmitz, protagonista, se somete a una cirugía para poder olvidar su monótono pasado.

Como espectador, no pude quedar más maravillado de ver Memoria (2021): es belleza pura. Películas como esta me recuerdan a la experiencia estética como lector de todas estas obras literarias que resultan preciosistas con el lenguaje. De las que, a primera concentración, no parecen tener una historia que se desarrolla de principio a fin sino más bien de las que resultan emocionantes por encontrar las posibilidades del lenguaje. Pienso en algunas versiones de la Eneida, algunos textos de Pascal Quignard o en ese novelón escrito por Hermann Broch, La Muerte de Virgilio (1945), en el que se usan varias páginas para retratar al poeta sobre una barca mecida en el agua y en la que se acerca al horizonte de tierra donde hallará su final mientras damos cuenta del flujo de pensamientos como este y que nos refiera a la creación, a la imitación de la vida misma que es Memoria(2021) de Apichatpong Weerasethakul: El poeta no puede nada, no puede evitar mal alguno. Se le aplaude si embellece el mundo, no si tal cual lo retrata.

*Juan Eduardo Mateos Flores (Veracruz, 1991) Es narrador. Autor de Reguero de Cadáveres (Los libros del perro, 2021). Becario PECDA Veracruz 2022 con su proyecto Aquí perreaba tu mamá, aquí conoció a tu papá: crónicas de reggaetón jarocho. Actualmente vive de recomendar libros en Librería Mar Adentro.

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