Juan Eduardo Mateos Flores
28 de mayo, 2021
Casi todos los días a la librería donde trabajo, llega por lo menos una persona buscando una recomendación de novela que hable sobre “romanticismo”. Más allá del poco agraciado y aburrido chiste que resultaría responder cosas como ‘sí, tenemos novelas de esa época, de Goethe’, lo cierto es que dicha solicitud sobre el amor, desamor, romance y sus variopintas ramificaciones siempre nos pone en jaque a todos los que trabajamos ahí.
Esto se debe en parte, quizás, a que el amor, o lo que llamamos amor, es uno de esos conceptos como la justicia o la felicidad, en el que no caben los absolutos, y que, por si fuera poco, en cada reunión que se tiene, el concepto personal que cada uno trae en su cabeza se somete a escrutinio y discusión. Está de más decir, que incluso esas discusiones, suceden no sólo en las mesas de aquellas personas que buscan llegar a un consenso basado en la experiencia personal de sus relaciones sexoafectivas más significativas: también, y ahora más que nunca, es un tema habitual en la gente ilustrada amante de la teoría, quienes hasta hacen paneles donde los ponentes suelen cuestionar, deconstruir y hasta vomitar todo aquello lo que se conoce en ese mundo como amor romántico.
Por eso considero que vendría bien a cualquiera de los personajes mencionados allá arriba mirar el cine de Wong Kar Wai (Shangái, 1958) cuyas películas revisan desde una mirada fresca y melancólica, incluso tierna sin llegar a ser cursi, varios conceptos del amor-desamor. Pero, además con relatos fragmentados que nunca llegan a consolidarse, usando una sorprendente narrativa no lineal: aborda, por ejemplo, cuando el objeto del cariño o del deseo se instala en la cabeza del amante, o cuando la relación misma se torna en asfixiantes y manipuladores idas y regresos, es decir, el llamado “amor tóxico”: incluso cuando la ilusión de dos personas por quedarse juntos por mucho tiempo termina, y el jet jumbo con tanque lleno que los transportaba a la inmortalidad, toma un rumbo diferente.
Estilemas: musicalidad, efectos de cámara, obsesión por el recuerdo
Las películas de Wong Kar Wai plantean una obsesión por el recuerdo. Una obsesión por el presente que no se logra pues se desvanece. Por esa razón, la interacción con el pasado se da mediante los objetos y los espacios físicos a los que los personajes regresan recurrentemente mientras caminan sus abatidas ciudades—la ciudad es la otra gran protagonista de sus películas además del amor-desamor—. Son pues esos hoteles y angostos pasillos transitados una y otra vez, esas habitaciones pequeñas de luces mortecinas, esas mesas de restaurantes donde suceden intercambios de miradas o palabras, ese humo del cigarro y esa poderosa lluvia inundando alguna calle lóbrega, lo que desarrollan en cualquier espectador, la añoranza de meter las manos a los bolsillos en una ciudad grande de clima frío: en fin, una suerte de elementos y detalles que alimentan la nostalgia de lo que estuvo o pudo haber estado, pero no se hizo o se fue.
Siento que es allí, en esa obsesión por regresar a donde se fue o se pudo haber sido feliz, donde la mayoría de las películas de WKW se interconectan y dialogan. Quizás esa es la razón por la que el personaje policía 223 de Chungking Express(1994) sentencia Si se pudieran enlatar los recuerdos, ¿también tendrían fecha de caducidad? De ser así, espero que duren por siglos.
Sin embargo, estos detalles no tendrían el efecto nostálgico que tienen sino fuera por el manejo de encuadres de cámara espía o travellings que WKW hace bien al dirigir: eso sin mencionar sus ya características y constantes aceleraciones y ralentizaciones que son aderezadas por una atinada musicalidad. WKW parece entonces utilizar ráfagas de luces, golpes de sonido o melodías que no sólo conectan con lo narrado, sino que lo exacerban en un sentido emocional: todo lo que se cuenta en el relato, a pesar de nunca concluirse y volver en sí, no harta sino todo lo contrario, conmueve y emociona. ¿Acaso no eleva Yumeji’s theme la emoción del corazón cuando se entremezcla con las imágenes del reloj, con el caminar al unísono de Chow Mo-Wan (Tony Leung) y Su Li-zhen (Maggie Cheung), y sus respectivos roces y miradas en el pasillo del hotel? ¿Acaso la melancólica tonalidad de Julien et Barbara de Deleure en 2046(2004) no anclan al espectador en esa atmósfera de obsesión e imposibilidad de la que está impregnada el largometraje?
¿Es el amor una pareja mirando llover?
Hasta donde he visto, el mundo fílmico de WKW no es una simple sumatoria de películas que hablan de amor-desamor, sino que más bien es un mundo engarzado y polisémico que se entrelaza y conversa consigo mismo todo el tiempo. Por eso es que, como quizás ya dije arriba, su cine está lleno de relatos melodramáticos e incompletos en los que, por momentos, tanto espacios como personajes retornan con la simple finalidad de expandir el tiempo en la mirada del espectador.
Es precisamente desde la remembranza que una película puede llevar a la otra y viceversa. Happy Together(1997) me hizo recordar, con cierto temor, pero también alivio de haber salido de ahí, algunas relaciones de codependencia de mi pasado. Justo así es como se siente estar en esas relaciones: como un territorio ajeno en el habla —y no por eso menos decrépito— en el que uno lidia con la dependencia emocional del otro y viceversa. Son pues esas voces en otro idioma las personas que te dicen todo el tiempo que salgas de ahí pero que no escuchas. Fallen Angels(1995), aunque plantea igual la obsesión por documentar el recuerdo y por otro lado, lo no correspondido mediante estrambóticos personajes del bajo mundo, me hizo recordar la soledad que uno experimenta al quedarse huérfano de padre pero fue The Hand(2004) tanto como Chungking Express (1994) y Ashes of Time Redux (2008) las películas que me hicieron sentir lo que Ouyang Feng (Leslie Cheung) sentencia en el desierto: que la memoria es la raíz de los problemas del hombre. Que sin pasado cada día sería un nuevo comienzo.
Por otro lado, quiero destacar que ninguna película de WKW me hizo emocionar tanto como In the Mood for Love (2000). Y ninguna otra me dejó destruido emocionalmente como lo hizo 2046(2004). Tal vez porque la primera me hizo referenciar una situación parecida que acabo de vivir hace unos meses, donde el roce corporal del baile, los detalles que nos dábamos en común y rodadas en bicicleta consolidaron en mi cabeza sentimientos que yo creí jamás iba a volver a desarrollar. Y la segunda porque es en el fatal desenlace de esa misma historia, al verme reflejado en las obsesiones de ese presente que nunca se concretó, lo que me terminó por aniquilar. Desde entonces algunas noches voy a los pasillos y corredores de mi propio 2046, con Yumeji’s Theme o Julien et Barbara sonando como fondo, recordando la sentencia final de que el amor se relaciona, por completo, con el momento correcto. De que no tiene menor caso conocer a la persona indicada demasiado pronto o demasiado tarde.
El otro día no sé a quién le leía que hay gente que, ante los cambios, simplemente alza los hombros y se adapta a lo que viene, como si el pasado, como si todo eso que alimenta el recuerdo, jamás hubiera existido para sí. Hay quienes, por el contrario, como en la película de Wong Kar Wai, 2046(2004), la gente viaja a un planeta del que jamás regresa, con la única finalidad de vivir obsesivamente en el recuerdo. Yo, muchas veces he sido de los primeros, pero muchas veces más me he identificado con los segundos. Por esa razón, quizás los que añoramos y cargamos más con esta obsesiva imposibilidad de relaciones no concretadas somos como el dolor de aquella cinta de voz llevada al fin del mundo por el amigo de Lai Yu-Fai (Tony Leung), en Happy Together(1997). Recuerdos y nostalgia de objetos y lugares que nunca sabremos si están mejor donde están. Un ejemplo: los videocentros. Estoy seguro de que, si alguna vez hubiese trabajado en uno de esos acalorados y desvencijados lugares de renta de películas, no hubiera dudado en absoluto recomendar “el romanticismo” de las películas de este director que bien plantea, más allá de lo que se pueda decir en una mesa o en un panel sobre deconstrucción, que el amor también puede ser el momento en que dos personas se recargan en la pared para ver cómo se fragua el recuerdo mientras escuchan la lluvia caer.
Juan Eduardo Mateos Flores (Veracruz, 1991).- Es narrador. Sus trabajos han aparecido en varios medios de comunicación y en algunas antologías. Reguero de Cadáveres (Los Libros del Perro, 2021) es su primer libro.
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